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sábado, 22 de abril de 2017

María Amalia de Sajonia, esposa de Carlos III




María Amalia de Sajonia. Luis Silvestre " el joven".




María Amalia podría haber sido feliz. En su corta existencia encontraría dichas que le fueron negadas a otras damas de sangre real y no porque su vida no fuera dirigida por sus progenitores - como ocurría con todas las princesas- sino porque en el camino elegido por sus mayores encontró la felicidad que le era negada a la mayoría : la felicidad conyugal. Pero, como la vida no es un cuento de hadas, esa felicidad duraría poco y el cruel destino se encargaría de amargarle la existencia. 

Nació el 24 de noviembre de 1724 en Dresde, una preciosa y artística ciudad que posiblemente influyó en su amor por la belleza. Sus padres eran Federico Augusto III, duque de Sajonia y Rey electo de Polonia, y la Archiduquesa María Josefa de Austria. Ella fue la tercera de los trece hijos que tuvieron sus progenitores. 

Los padres de María Amalia no eran francófilos pero, en aquellos años, todo lo que venía de Francia estaba de moda y por lo tanto en su educación prevaleció ese espíritu francés. La princesa aprendió a hablar rápidamente la lengua que se hablaba en París y además, como todas las grandes damas de la corte parisina, tenía un profesor de danza y otro que la enseñaría a caminar, a moverse y a sentarse con la distinción propia de una dama de su rango. Tenía una especial debilidad por la pintura, por las porcelanas y por las joyas. 

En la corte de Dresde las fiestas - y siempre había motivos para celebrarlas- eran fastuosas. Las damas vestían de blanco y oro y los caballeros de color escarlata y oro. Se lucían las mejores joyas y las galerías del palacio se engalanaban con una exquisita elegancia y lógicamente este refinamiento marcaría el carácter de la princesa. La influencia francesa no solo impregnaba los vestidos y la decoración, también la frivolidad y el libertinaje hacían acto de presencia en torno a la familia real, aunque la Reina y sus hijas constituían, a decir de las gentes, una isla de honestidad en ese mar de relajación moral. 


Palacio de Dresde


Mientras María Amalia se entretenía en danzas y elección de vestidos, D. Carlos, el tercer hijo de los Reyes españoles Felipe V e Isabel de Farnesio, era coronado en Palermo como Rey de Nápoles y Sicilia. Tenía el nuevo Rey 18 años y, por tanto, había llegado la hora de buscarle esposa. 
No fue la princesa sajona la elegida por los Reyes españoles, ya que éstos hubieran preferido a una hija del Emperador austriaco, pero cuando el embajador español llegó a Viena con la propuesta de los Monarcas españoles, recibió un rotundo no por respuesta. Hubo pues que buscar una sustituta y como María Amalia era sobrina- nieta del Emperador se pensó que D. Carlos tendría que conformarse con un parentesco menor pero, que aún así, era un matrimonio conveniente.

En mayo de 1738 se celebra la boda por poderes en Dresde y María Amalia, que apenas cuenta 14 años, emprende el viaje hacia el Reino de su esposo. En todas las ciudades italianas que atraviesa se le rinden homenajes y se celebran fiestas en su honor. Inicia entonces, la ya Reina de Nápoles y Sicilia, una costumbre que mantendría durante toda su vida, la de escribir cartas a sus suegros informándoles de los acontecimientos cotidianos, lo hacía en francés y firmaba como Amelie. Las cartas se conservan en el Archivo Histórico Nacional.

Es en Portella, en la frontera de su Reino y, en una especie de carpa levantada al efecto, donde se conocen los los esposos. Se gustaron tanto que partieron de inmediato con su séquito hasta la fortaleza de la Gaeta, donde esa misma noche consumarían el matrimonio. Quedaron ambos enamorados desde ese primer instante y según sus biógrafos su matrimonio fue sumamente feliz y no tuvo más penas que las ocasionadas por las enfermedades y la muerte de los vástagos que iban naciendo. 

Se hablaban en francés ya que ni ella hablaba italiano ni D. Carlos alemán, aunque la Reina aprendería pronto el idioma de sus súbditos. María Amalia era alegre, le gustaba la naturaleza y el paisaje de la costa napolitana era muy de su agrado pero, la corte napolitana distaba mucho de parecerse a aquella en la que había vivido. La etiqueta se regía por el protocolo español y además la nobleza napolitana no era rica y por lo tanto el boato era inexistente. Le costaría a la reina habituarse a esta nueva vida social tan ramplona y simple.


Carlos, Rey de Nápoles y Sicilia. Giussepe Bonito. Museo del Prado


María Amalia quedaría embarazada cuando todavía no había cumplido los 16 años. La gestación fue difícil, pero finalmente la Reina daría a luz en el Palacio Real de Nápoles a una niña a la que se impondría el nombre de María Isabel, para satisfacción de su abuela paterna. María Amalia tardó recuperarse de éste parto y, según contaba a sus médicos, sufría un dolor de estomago y un "catarro" que la incomodaban mucho.

A pesar de ello y como María Amalia sabía bien cual era su obligación  quedaría de nuevo encinta, naciendo en 1742 una nueva niña a la que se llamaría María Josefa Antonia, esta vez para contentar a la abuela materna. La pequeña fallecería tres meses después de su nacimiento.

El empeño de la Reina por dar a su esposo, que con tanto cariño la trataba, un hijo varón era grande y por tanto apenas recuperada del parto y del disgusto, quedaría de nuevo embarazada. Un mal día la pequeña Isabel enfermaría y el Rey, siempre atento al bienestar de su esposa, la trasladaría a Portici, para evitar que la Reina se contagiara y que se malograse el fruto de sus entrañas. La princesita fallecería, causando a la Reina un hondo pesar. La recuperación de este parto todavía sería peor ya que, a las dificultades que María Amalia siempre presentaba tras los nacimientos de sus hijos se unirían unas fiebres tercianas. 

No se interesaba la Reina por los asuntos de Estado -nada tenía que ver en esto con su suegra- era cariñosa con su esposo y sus diversiones se limitaban a la pesca y a las labores de bordado. Ponía, eso si, todo su empeño en dar a la Corona el ansiado varón y si para ello debía quedar en estado muchas veces, así lo haría. Pero ello no significaba que la muerte de sus hijas no la afectaran ni que su estado de salud, no demasiado bueno, se resintiera. Su carácter iría cambiando paulatinamente y  cualquier nadería la irritaba, por otra parte casi siempre se hallaba en estado de gestación y es de suponer que alguna culpa tendrían las hormonas en sus cambios de humor.

Por fin, el sexto embarazo dio como fruto un varón. Era el mes de Junio de 1747 cuando nacía Felipe - pues con ese nombre fue bautizado- y su nacimiento supuso una alegría inmensa que pronto se convertiría en tristeza y preocupación. Desde bien temprano sufriría el pequeño crisis epilépticas, nunca llegaría a hablar y su estado de imbecilidad motivaría que, tras dictamen médico, fuera incapacitado. Viviría treinta años y nunca saldría de Nápoles. Un año más tarde nacería otro varón, al que llamarían Carlos y que con el paso de los años se convertiría en el Rey Carlos IV de España.

Los embarazos se sucederían y aún tendría María Amalia seis hijos más después de este nacimiento, cuatro de los cuales serían varones. No es extraño que éste matrimonio fuera tan fecundo, si tenemos en cuenta el relato de Charles de Brosses " Me llamó la atención que en la cámara del Rey no existiera lecho alguno, porque éste se acuesta siempre con la Reina".

La salud de la Reina estaba muy quebrantada y fuera por esta causa o por los continuos embarazos su carácter, antes tan afable, fue volviéndose cada vez más agrio y ofendía a criados y cortesanos por igual, provocando que el Rey, haciendo gala de enorme cariño y de una gran paciencia, tuviera que aplacar a su esposa y contentar a quienes se sentían ofendidos por ella. 


María Amalia, Reina de España. A. Mengs. Museo del Prado

En 1759 fallecía en España y sin descendencia el Rey Fernando VI, por tanto D. Carlos pasaría a ocupar el trono con el nombre de Carlos III. Los esposos se trasladan a Madrid y en octubre de 1759 desembarcan en Barcelona.

El reinado de María Amalia en España duraría apenas un año. Su salud se quebraría definitivamente al pisar tierra española. A los problemas pulmonares, que desde hacía años sufría, con tos constante, se unirían la debilidad causada por los continuos embarazos y por las continuas sangrías con las que se trataba de aliviarla. A pasar de la larga lista de médicos españoles que la atendieron y de los que, como el Dr Pastorini, la acompañaron desde Nápoles, y a pesar también de todas las reliquias que se hicieron traer, la Reina fallecía el 27 de septiembre de 1760. Tenía 35 años. 

No está clara la causa de la muerte. Seguramente y dados los síntomas y su prolongada evolución su temprana muerte fue debida a una tuberculosis, pero tampoco puede descartarse un carcinoma broncopulmonar puesto que la Reina fumaba habitualmente tabaco habano. 

Sus restos reposan en el Panteón de Reyes del Escorial.